domingo, 27 de enero de 2013

Testimonio de una mujer alcohólica. IV



  1. MI IDENTIFICACIÓN COMO ALCOHÓLICA.
¿Cuáles son los síntomas que se comenzaron a manifestar en mí, como mujer alcohólica?.

En ocasiones de lucidez mental era consciente  del peligro que me acechaba, de determinados indicios de adicción al alcohol: lo que comenzó como una válvula de escape a la tristeza, se convirtió en una tortura y una dependencia absoluta hasta el punto de que abandonarme inconscientemente en unas rutinas que avanzaban como una apisonadora.

A)    Comenzaba a beber por la mañana, antes de comenzar la jornada laboral, convencida de que algo, poco, de alcohol, contrarrestaba los efectos de algún exceso del día anterior, y me ayudaría a sobrellevar la carga de otro día más de aburrida y anodina existencia.

B)     Bebía a solas en la clandestinidad, de manera compulsiva y/o incontrolada (aunque esta falta de control sea sólo en diversas ocasiones) y siempre en soledad. La verdad es que muchas mujeres recurren al alcohol para olvidar sus problemas, para tratar de sentirse mejor, para olvidar la soledad física y emocional que viven. Algunas beben solas, casi como prisioneras en su propia casa; otras beben en grupos con hombres como una forma de rebelarse ante la imagen tradicional de las mujeres. Pero llega un momento en que el alcohol, lejos de ser su remedio se convierte en su veneno y su condena.

Y bebía inicialmente, por lo menos una copa diaria. La frecuencia de consumo diaria se aproximaba cada vez más y difícilmente lograba discernir en qué momento no había consumido alcohol. No soportaba más de una hora sin entregarme a la sedación del alma. En la última y más terrible fase de la enfermedad, cada trago de ginebra rasgaba mi garganta, me ardía el esófago, ya no era consciente de que no me gustaba el sabor de la ginebra, sino que tan solo buscaba sus efectos.

Inicialmente, controlaba las dosis y las pautas de consumo (esporádicamente y consumiendo cerveza o vino en un vaso, alcohol de baja graduación), era consciente de que bebía alcohol para conseguir ese “punto” en el que encuentras consuelo, suficiente para no olvidar que tenía un hijo pequeño que requería de mi atención.

Llegaba del trabajo, tras hacer la compra (un trago), me ocupaba de mi hijo (otro trago), siempre había que realizar tareas domésticas (otro trago más), cuando no me llevaba trabajo a casa (otro más): el alcohol me ayudaba a desinhibirme.

Pero cuanto mayor y más profunda se convertía mi soledad, las pautas de consumo comenzaron a adquirir niveles más elevados, y ya no era consciente ni de la cantidad, ni del peligro, ni de las consecuencias. Obtener el placer de la relajación cada vez era más inaccesible, necesitaba más cantidad para que mi cuerpo y alma se sintieran satisfechos.


El alcohol me ayudaba a galopar desbocada huyendo del conocimiento de mis debilidades, sin preguntas, sin reproches, e invitándome una y otra vez a fundirnos en un solo ser y a beber los licores del infierno, ocultando así mis propias emociones, cegando mi espíritu y dejándome llevar por la galerna del mal entendido placer, creyendo así desahogar el ahogo de ahogarme en ese maléfico néctar con el fin de olvidar. Pero con el tiempo, mi amante me exigía cada vez más tolerancia y me traicionó.

El único testigo silencioso era mi hijo, entre los 10-11 años hasta su adolescencia, se encerraba en su cuarto para estudiar y en silencio observaba cómo su madre se convertía en un despojo. Nunca le abandoné, jamás desatendí mi compromiso como madre, le bañaba, le daba la cena, le acunaba, le arropaba, rezábamos nuestras oraciones juntos, pero para entonces, al anochecer, yo me encontraba altamente intoxicada y sólo con el deseo de acostarme y dejarme abrazar por el sueño de Morfeo. DORMIR  SE ACABÓ CONVIRTIENDO EN UNA PESADILLA, EN UNA OBSESIÓN, CON LOS OJOS CERRADOS, HUNDIDA EN EL ABISMO, NADA EXISTÍA: NI SOLEDAD, NI PROBLEMAS, NI JEFE QUE TE PRESIONARA.

PARA ÉL, MAMÁ ESTABA MALITA, NO ENTENDÍA QUÉ ME OCURRÍA, ESTABA “RARA”. JAMÁS ME PERDONARÉ HABERME PERDIDO SU CONEXIÓN DURANTE ESA ETAPA DE MI ALCOHOLISMO. NO LA PUEDO RECUPERAR.

AHORA DISFRUTO DE SU CONVIVENCIA EN LA ETAPA DE LA ADOLESCENCIA, COMPARTIENDO OTRAS CIRCUNSTANCIAS Y SITUACIONES. 

En algún momento que no recuerdo, en un punto de inflexión, ya no resistía tanto como antes, los efectos de la bebida.

Ya no se trataba de la dependencia psicológica, sino de la tan temida y devastadora dependencia física: la absoluta necesidad de beber, porque si no lo hacía mis manos se convertían en un manojo de nervios.


2 comentarios:

  1. Me encanta tu blog y me siento totalmente identificada. Gracias y ánimo

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  2. Muchas gracias a tí. y Ahí seguimos disfrutando de la abstinencia que es algo que nos devolvió la vida y nos permite seguir disfrutando de libertad, con mayúsculas.

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