Tras la inmediata ingesta del cannabis en cualquiera de sus formas: fumado, inhalado, comido, etc., los efectos de este en el organismo se produce casi al instante, pues se activa el sistema endógeno de forma artificial, alterando muchas de las funciones que este desarrolla, (la memoria, el dolor, la reproducción y coordinación motora...).
Así cuando se consume el cannabis, los primeros síntomas serán sequedad de boca, enrojecimiento ocular, taquicardia, descoordinación de movimientos (empeoramiento del tiempo de reacción), risa incontrolada, somnolencia, alteración de la memoria, de la atención y de la concentración, percepción distorsionada, etc.
El uso del cannabis puede provocar problemas de adicción a largo plazo, pudiendo producir a determinadas dosis psicosis tóxica, alucinaciones, ataques de pánico con una alteración completa de la personalidad. Con respecto a la aparición de trastornos mentales como depresión y ansiedad, está comprobado que los consumidores diarios tienen 5 veces más posibilidades de desarrollarlos que los no consumidores y los consumidores de fines de semana, el doble de posibilidades.
Durante el embarazo, puede provocar alteraciones de tipo nervioso y alteraciones visuales en los bebés que han sido expuestos a esta sustancia durante su gestación.
También hay que destacar el potencial terapéutico del cannabis, fundamentalmente para el tratamiento de vómitos y náuseas secundarios al tratamiento de quimioterapia en enfermedades como el cáncer, glaucoma y asma; también asociados como estimulante al apetito en Sida y al tratamiento del dolor en la esclerosis múltiple.
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