domingo, 27 de enero de 2013

Testimonio de una mujer alcohólica. V



C)     Me sentía muy deprimida, segura de que nadie me comprendía ni me quería, que nadie me agradecía y reconocía todo lo que yo estaba dando en la vida. Sentía un enorme y devastador vacío interior.

D)    Me molestaba y crispaba con exceso cuando alguien me hacía notar que estaba bebiendo demasiado y negaba lo que me bebía.

E)     Lloraba y me desesperaba al percatarme de esta situación.
Fui descendiendo los peldaños del infierno, engalanada con mis mejores joyas, siempre    perfecta.

F)     Se manifestaban signos externos de abstinencia al parar de beber (síndrome de abstinencia): temblores, alucinaciones, malestar general, incluso convulsiones, calambres musculares.

G)    Comenzaron a producirse los primeros daños físicos: en el hígado, cerebro, palmas de las manos enrojecidas, etc. En un momento álgido de mi enfermedad, el nivel de mis transaminasas oscilaban entre 800 y 1000. Mi hígado estaba dañado (esteatosis hepática) y este daño indoloro y oculto, silencioso, fue el que más me aterró, porque me quedé en la antesala de un trasplante hepático. SOLO ENTONCES FUI CONSCIENTE DE LA POSIBILIDAD DE CIRROSIS, LA MUERTE, cuando leí el informe médico sentí como una descarga eléctrica.

Físicamente me encontraba bien. Pero el deterioro físico y analítico suele darse en estadios avanzados del alcoholismo. Su traducción en cifras anómalas de transaminasas (enzimas hepáticas) ocurre cuando existe verdadero sufrimiento hepático. En muchas ocasiones el cuerpo sigue respondiendo de manera más o menos regular pero ello no significa que la adicción a nivel psicológico haya avanzado de manera importante.

El terror a perder mi salud irreversiblemente fue lo que me mantuvo alejada de la bebida durante algunos meses pero la ansiedad, la obsesión, el mal humor y toda esa desesperación que produce la abstención me estaban enloqueciendo…

Pero durante una sesión de terapia con una psicóloga y un médico del CAD de Cruz Roja de Moratalaz, me forzaron y me presionaron hasta que bramé que era alcohólica y precisaba ayuda urgente. Admití la posibilidad una vida sin beber alcohol y una semana después ingresé en el psiquiátrico del hospital Dr. R. Lafora, un centro pionero en el tratamiento hospitalario de trastornos adictivos relacionados con el alcohol y otras sustancias de abuso adictivo.

Durante quince días estuve ingresada en el hospital, con una amargura atroz al separarme de mi hijo y no poder tener comunicación alguna ni con él ni con mi familia y amigos. ES LO MÁS PARECIDO A ALCATRAZ.

Ante todo, fue una experiencia inolvidable y que recuerdo como positiva y constructiva: quince días de aislamiento absoluto hasta la completa desintoxicación física.

La reconstrucción pisológica es un proceso más complejo y a largo plazo: sigo en tratamiento psicológico y psiquiátrico, aún con medicación, eso sí, ínfima comparada con las 18 pastillas (LACASITOS, que llamábamos en el psiquiátrico) en el desayuno.

H)    Comportamiento violento y antisocial: disputas familiares, en el trabajo. Fundamentalmente en casa, con violencia verbal. Y en el trabajo, con constantes enfrentamientos con mis superiores y sensación de acoso laboral. Pero es que en ocasiones, me quedaba literalmente adormecida ante la pantalla del ordenador.

I)       Comencé a tener dificultades en mantener relaciones de pareja y familiares o en permanecer estable en mi trabajo. Cuando me encontraba bajo estados de ansiedad o con problemas, ante situaciones de decisiones importantes, escapaba de la realidad. No toleraba la frustración y me abandonaba a mi compañera la botella.
Tendía a culpar a los demás de sus propios fallos, a mis superiores en el trabajo y especialmente a mi propia pareja.

No aceptaba mis propias responsabilidades que me provocaban una dolorosa frustración.
J)      Acumulaba bebidas alcohólicas en casa y, a veces, ocultarlas de la vista de los demás, mi casa llegó a convertirse en un verdadero arsenal de alcohol.
Las botellas de ginebra las escondía en los lugares más insospechados, como dentro de una guitarra; distribuía la ginebra en botellas de plástico con apariencia externa e inofensiva de agua; incluso en el cuarto trastero, confiada de que nadie jamás las encontraría. Pero mi marido las encontraba una y otra vez y entonces yo negaba y huía, como siempre que me sentía desnuda ante la realidad, me acostaba y me hundía a llorar contra la almohada.

K)    Padecía alteraciones de la memoria. No rendía lo suficientemente con mis obligaciones laborales, tenía dificultades para concentrarme. Mis superiores se percataron de ello, de los errores al elaborar circulares, de mi comportamiento a la hora de intervenir en reuniones, arrastrando las palabras y con ellas, mi sufrimiento.

Ya no sabía desempeñarme en mi quehacer diario sin unos niveles de alcohol en sangre.

L)     Convivían episodios de depresión y existencia de problemas familiares (sobre todo de pareja) evidenciando la interrelación con el alcoholismo.

La fase más aguda, de mayor dependencia y descontrol sobre el consumo, coincidió con una intervención quirúrgica ginecológica (histeroscopia) que provocó en menos de un mes el inicio de una menopausia precoz, yo tenía 47 años. Y se abrió un mundo repentinamente para el cual yo no estaba preparada, por mucho que me hubiera informado al respecto.

Y  también en el breve periodo de un mes (abril de 2009) en relación con lo que anteriormente comentaba del daño y deterioro físico que genera el abuso del alcohol, comenzaron a manifestarse en mi piel unas placas pequeñas, irritantes, con picor y escozor que a los dos meses de su aparición, era insoportable y más cuando supuraban.
Y comencé el peregrinaje de alergólogos a dermatólogos, con una desazón desesperante que me impedía dormir por las noches. Tras un par de meses de pruebas médicas, no supieron diagnosticar mi mal dérmico, simplemente me dieron como solución anti-istamínicos , pomadas para calmar el picor y escozor con un elevado contenido de cortisona y evitar rascarme o rozarme las llagas. Al inicio del verano de 2009, me había convertido en un monstruo, hinchado y marcada de cicatrices.

Y con más motivo, mi viaje a través del alcohol se me antojaba más necesario, mi único consuelo. Las llagas y la hinchazón en todo el cuerpo, especialmente en las extremidades inferiores, me llevaron hasta en tres ocasiones al hospital. La última vez, incluso estando bajo los efectos del alcohol, fue cuando se inició el calvario de un seguimiento médico cada tres meses, hasta que después de un año, estando ya en abstinencia, la enfermedad comenzó a remitir, hasta su total desaparición: el servicio dermatológico del hospital Gregorio Marañón, colaboró en las pruebas y medicación con el servicio de aparato digestivo donde me dieron el ultimátum con el hígado. En el informe médico se hacían constar una serie de términos incomprensibles para mí, pero el fallo fue: cirrosis hepática.

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