"Mi nombre no importa; podría ser tu vecino, tu hermano, tu hijo, tu marido... Lo verdaderamente importante es que soy un alcohólico en abstinencia y me gustaría contaros brevemente mi historia.
Me inicié en la ingesta del alcohol con 15 o 16 años, cuando quedábamos los amigos para tomar unas cañas de cervezas con unas raciones de patatas a la brava y así continué bebiendo hasta que terminé el Servicio Militar. Hasta entonces yo era un bebedor social, podía tomar alcohol cuando quisiera y lo que era más importante podía dejar de tomarlo de igual manera.
Creo que mi problema con el alcohol comenzó cuando me incorporé a la vida laboral, pues con la persona que quedaba por las mañanas para desplazarme al lugar del trabajo era un enfermo alcohólico (hoy me doy cuenta) pues empezaba a beber a las seis y media de la mañana y no paraba. Al principio yo tomaba un vaso de leche y luego otro, hasta que empecé a pedirme después una copa de anís dulce Castellana, hasta que llegó el tiempo en que ya prescindía de la leche y tomaba solamente el anís.
Con el tiempo fui cambiando de trabajo pero no así de mi aficción de consumo, con lo que con el tiempo llegó a ser una necesidad. No sé cuándo se produjo el salto de bebedor social a bebedor alcohólico (por si no sabéis la diferencia, un bebedor social puede tomar el alcohol que quiera y parar cuando lo desee, mientras que en el bebedor alcohólico empieza a beber y ya no sabe como parar de ingerir) pero lo que era evidente es que cada vez bebía más y durante más tiempo.
Este consumo compulsivo continuó durante años hasta producirse un hecho que empezó a transformar mi vida de forma radical. El sufrir un infarto me hizo dejar de beber y fumar, pero la alegría duró poco, bien sea porque se olvidan las cosas que nos ha ocurrido, bien por ignorancia, comencé a beber y fumar de nuevo.
Siete años más tarde se volvió a repetir otro episodio cardíaco, esta vez se trataba de otro infarto más virulento que el primero, pero esta vez tuve la suerte como aliada pues acudí al hospital Gregorio Marañón a realizar unas técnicas (por aquel entonces novedosas en España) de rehabilitación cardíaca, donde se contaba con ayuda de físioterapia, psicología, nutricion, cardiogía, relajación...
Fue ahí donde comencé a querer quererme, donde me enseñaron a gatear buscando vida. Durante dos meses y medio se dedicaron a enseñarme eso y yo me empapaba de esas enseñanzas (mi agradecimiento más profundo a todos ellos, muy especialmente a la enfermera Teresa, al psicólogo Paco, al cardiólogo dr. Abeitua, a los fisios Carlos y Lucía...).
Más tarde y por un golpe de suerte, dí con esta asociación de alcohólicos rehabilitados. Me presenté un miércoles por la tarde y estuve departiendo con las personas encargada de recibir a todas las personas que visitan la asociación por vez primera. Ese día no me quedé, pero hice promesa de regresar al lunes siguiente.
Y así lo hice, el lunes me presenté con la congoja de no saber que me encontraría.
En un principio me costó entender que no siempre las terapias tienen que salir bien, pues había días que encontraba algo muy positivo, que me ayudaba a entender y comprender mi problema con el alcohol y en otras ocasiones me preguntaba para qué había ido. De cualquier manera seguí acudiendo todos los días que había terapia y con el tiempo empecé a ver la luz que me iba llegando, hasta comprender qué es un enfermo alcohólico y de qué manera se le puede hacer cara al alcohol.
Hoy, al cabo de los años de terapia y conocer lo que es ser un alcohólico, podría resumirlo en muy poco espacio:
Una asociación de alcohólicos es una escuela de vida.
A los alcohólicos la copa que nos perjudica es la primera, pues es la que nos incita a consumir de forma compulsiva (al no saber parar de beber).
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